LO BUENO
Como bien lo dice el titulo
Su pantalla touchscreen de cinco pulgadas es uno de los principales atractivos, las gráficas que reproduce ofrecen una calidad de imagen con colores brillantes.
Entre sus cualidades destaca la realidad aumentada, sus cámaras y sensores permiten interactuar con algunos videojuegos con los que se puede usar fotos e imágenes de cualquier lugar y objeto real para interactuar con él.
Jugar con el PSVita es cómodo y sencillo. Su pantalla touch o sus joysticks duales convierten el juego en una sensación de fácil uso para los usuarios que mejora junto a su panel táctil trasero.
El mundo online se fortalece gracias a su conexión WiFi, con la que es posible utilizar multijuegos, descargar contenido, socializar con comunidades y redes sociales, además de ofrecer mensajería en grupo y aplicaciones que mejoran la utilidad del equipo.
La consola sigue apostando al contenido de entretenimiento al mantener la multi compatibilidad con su reproductor de video, música e imágenes.
Otro de los puntos a favor es el gestor de contenidos, mediante el cual los jugadores podrán respaldar y conectarse a su PC, Mac o Play Station 3 desde la consola Vita.
LO MALO
En cuanto a las desventajas que se pueden observar en el PSVita, se encuentra la calidad de imagen, pues sus cámaras tanto frontal como trasera no ofrecen la calidad necesaria, además de ser muy oscuras. Un flash potente sería un punto que podría mejorar en el equipo.
Además la carga de juegos sigue siendo lenta lo que en algunos casos se convierte en una cuestión tediosa para los usuarios.
Y que decir de su batería, su duración ofrece entre dos y tres horas de uso continuo, menor a las cinco horas que prometió Sony al momento de su lanzamiento.
Por último podemos destacar su costo, ya que para un videojuego portátil, los cerca de 5,900 pesos en su versión 3G son demasiado onerosos para este tipo de producto comparado con otras consolas que no son portátiles.
Pero a pesar de todo, podemos calificar el equipo en una escala del uno al 10 con un buen nueve.
Credito De:
Raúl Delgado Sánchez / El Economista